23.7.14
La dureza vertical de Tania Arias
29.3.12
António Pedro Lopes e Marianne Baillot vão a Paris
24.8.11
CRÓNICA | La distancia limitada entre la muerte y la vida
Vi esta pieza por primera vez en enero, en el Festival Escena Contemporánea, llegaba la pieza de armarse en el Festival dirigido e impulsado por Antonio Fernández Lera allá en Galicia. Aunque con Ana Buitrago uno no sabe bien si las piezas no le van saliendo como las arrugas, que van incrustándose a lo largo de los años sin saber bien cuando empezó todo, cuándo se hizo visible y cuando quedó surcada. Luego tuve la suerte de ver la pieza en el Festival lp de Barcelona, en el nuevo espacio de La Porta, asociación que organiza el festival y donde Buitrago ha encontrado durante años complicidades y maneras de trabajo afín. El espacio había cambiado, pasando de un espacio itinerante e imposible en la sala DT de Madrid a un espacio más frontal y cercano en Barcelona donde se acentuó el juego de la artista con el público a través de miradas directas y cómplices. En ambos casos la puesta en escena era de una sobriedad extrema en la técnica, el vestuario y la escenografía. Espacio vacío, luz general, la ropa de todos los días y una mesa que lleva con Buitrago lustros, que desapareció y que volvió después de años, con esa determinación propia que a veces tienen los objetos.
Ahora, después de cinco meses he vuelto a ver la pieza en Citemor, en el Espacio B. Y me he dado cuenta que sobre esta pieza sólo me siento capaz de escribir desde la memoria, haciendo de ella pasado, recuerdo. Así me pasó en Madrid y así me pasó en Barcelona, donde tenía compromiso y me escabullí de perfil y excusado. No llegué a escribir en ninguna de las ocasiones.
Y me preguntaba por qué. Porqué otras piezas generan en mí la voluntad urgente de la escritura, porqué otras sé que necesitan de días y lecturas alrededor para centrarlas y, sobretodo, porqué esta pieza ha necesitado para centrarla la comprensión desde la rememoranza, desde ese ejercicio donde se pierde el contorno y el detalle.
Hay una respuesta de la que desconfío pero es la que tengo. Y es la confrontación entre dos esferas bien presentes en este trabajo: una estructura cerebral y que surge de una fuerte formación en la danza y el arte contemporáneo y otra no estructura que pugna por ser y es, esa de la tristeza, de una extraña melancolía alejada que contempla su propia muerte.
Y eso, la contemplación de la propia muerte en escena, es cuando menos sobrecogedor, daña al que mira, y daña porque te reconoces, porque ves la misma herida que al final de la pieza Buitrago muestra con luz lateral al público expuesta en su propio cuerpo. Su cuerpo es un espejo de eso que muchas veces hueles, que la mayoría de las veces escondes y que aquellas pocas que te detienes a mirar se te escapa entre vericuetos mentales, en un cerebro que va a mil y te ataca con recuerdos propios de todo tipo o que se distrae con una mosca que vuela.
Ahora, escribo desde la casa fundacional de mis recuerdos y de mi infancia, desde una casa en Pamplona donde todo se extingue, pseudoabandonada. Aquí todo me lleva a una melancolía atravesada por las muertes de aquellos a quien quise. Atravesada por muertes ajenas, no la propia, pero tan cercanas que me hicieron sentir por primera vez la desaparición. Cada objeto que aquí todavía posa, cada rincón, cada aparato, cada cajón por abrir está gravemente lleno de lejanía y desaparición. Ahora he puesto la radio, un aparato de los sesenta en un enchufe de los años cuarenta, y después de pasar por dos emisoras que claman perdones y salvaciones en un Madrid tomado por el Papa suena “Perdóname” del Dúo Dinámico. Todo quiere asaltar mi cerebro con la añoranza, con la tristeza de lo ido. Y en defensa, me acuerdo de la pieza de Buitrago y de esa distancia con la que veía su cuerpo, su herida, su historia, su muerte segura. Recuerdo la distancia que le permitía verse con cierta calma y me digo que eso es, para mí, lo más importante de este trabajo. La lejanía que ilumina con una luz tenue la propia vida y que permite ver con nitidez lo que uno es sin tapujos ni adornos, verse en soledad, como animal reflexivo que atraviesa el día a día, roto en tiempos y esperanzas, “esa luz que hay los domingos entre las 12 y la 1:30, esa luz que se llena de ecos peatonales”, dice Buitrago frente a una mesa donde el plato diario es un mapa de tinta negra.
Ahora suena “El final del verano”, caray el asalto se vuelve carga de caballería, la puta educación sentimental del españolito, sentimental, fea y católica, pero propia, sin otra posible. Pero yo me agarro a la Buitrago, a una soledad sin asas, sin paredes, sin techo, como el espacio B de Montemor, o metido en una cava madrileña, sin aire, como en el DT de la Calle Reina. Una soledad que gira sobre sí misma y a sí misma contempla. La contemplación de un ojo reflejado en leche, de un ojo que se mira y se ve en leche postrada, como las dos enormes proyecciones que acompañan como epílogo a esta pieza.
Y me vuelven a atacar otros pensamientos. Pensamientos que se contraponen a lo contado hasta ahora, pensamientos sobre esas partes en las que Buitrago ejercita el fragmento, escenifica en movimiento el pensamiento abstracto. La danza meta-lenguaje, aquella que expone lo que es el fragmento, el signo, la pausa, la ruptura, el no hacer, el hacer, el desplazamiento de la acción y su significado, el desplazamiento del cuerpo en el espacio, la quietud… Me enfrento a cuando la danza se vuelve meta-ejercicio de la propia reflexión de lo que es un cuerpo en escena. Cuando la escena es un ejercicio cerebral sobre la composición, la representación y el tiempo. Me voy, me salgo, me siento echado y me revuelvo. Me quedo con la plasmación de la Buitrago hablando bajito, desde un rincón no espectacular que invita, trabajando sobre su limitación física que es humana, sobre su herida que es su vida, con esos movimientos pequeños que no llegan a ser, que son en su no acabar siendo.
Y me digo que quizá sea porque existe esta confrontación, que Buitrago puede ir haciendo, que no hay que luchar contra una u otra, sino confiar en su coexistencia. Aunque dudo.
Y queda el recuerdo de una mesa y un cuerpo, de una cotidianeidad que huele a berza hervida y un cuerpo herido, lesionado; me quedo con esa primera imagen de la obra: con el sonido de una chueca acentuada que traza un infinito en el espacio vacío. Me quedo con una Buitrago incapaz de fijar un movimiento, no ya de tener certezas, sino de no poder acomodarse a una identidad, incapaz de decir esta postura soy yo; de una Buitrago buscándose con el codo, siempre en búsqueda. Me quedo con Ana trabajando allí y acá, en la UVI, en piezas hechas y desechas, Desviaciones, Situaciones, ahora la Porta, ahora con unos sabelotodo de teóricos institucionalizados y políglotas, ahora con una bailarina con la que conectó en la mirada, siempre buscando sitios desde donde poder hacer, promover… Años a través de los cuales ha ido dejando piezas en solitario, piezas que son plasmaciones de una resistencia ante el devenir y paso del tiempo que todo lo aplana.
Decir que al igual que hay esa distancia, quizá esta pieza funcione por la intimidad que es capaz de generar entre quien mira y quien hace. En el lp de Barcelona y en Madrid esa intimidad estuvo potenciada por la cercanía del público. Buitrago jugaba y miraba al público incluyéndolo. En el Espacio B de Montemor, aunque se dejó una luz tenue en platea (esta vez una grada) para que Buitrago pudiese ver al respetable, ese juego se diluyó en la presencia derruida y vuelta al cielo de este espacio poderoso. La pieza se volvió más frontal y distanciada; y aun así esa intimidad, si bien no fluyó tanto por el juego antes citado de miradas, siguió funcionando gracias al planteamiento nada espectacular de toda la pieza, a su manera pequeña de hacer, de mostrar, a su capacidad de compartir con desnudez tranquila pequeños sitios recónditos de esta bailarina incombustible.
Transcribo aquí unas pequeñas conversaciones que a lo largo del tiempo se dieron vía telemática con Buitrago. En ellas, al igual que en la pieza, Buitrago se muestra generosa y comparte sin dudar. Creo que son muy aclaratorios y valiosos. Aquí están:
CONVERSACIONES CON ANA BUITRAGO
SOBRE LA TRISTEZA FRENTE A LA CONTEMPLACIÓN COMPARTIDA. Y SOBRE LA MUERTE:
Creo que me he perdido por las derivas de algo que está muy presente tanto en vida como en obra pero creo que toda esa tristeza o soledad de la que hablas, no es algo que busque o persiga simplemente emerge tanto de los procesos de trabajo en solitario ( básicamente a lo largo de mi trayectoria he hecho solos, y exceptuando el de “primer ensayo sobre el sinsentido” dónde el cuerpo que estaba en escena era el de Silvia Sant, en todos los demás el cuerpo que ha hecho el proceso ha sido el mío); como de esa necesidad de dejar que en la escena se vislumbre o atisbe una intimidad, una vulnerabilidad y una proximidad con la mirada del otro que son en muchos sentidos la esencia de mis trabajos y de lo que entiendo por ese momento de compartir ahí, con el otro. Pero para mí no es triste, son preguntas, son exposiciones, creo que hay pequeños juegos, pequeñas complicidades, pequeños guiños que están ahí, pero que siempre intento plantear desde un espacio de invitación, de comodidad y sobre todo desde el intentar crear un espacio y un tiempo que nos permita habitar la contemplación, el estar… igual la contemplación, a mí me sale nostálgica¿????? Pero te aseguro que es una reivindicación entusiasta, un querer crear otros espacios de relación, otros modos de establecer los afectos, y eso, digo yo no es triste, es más político ¿no?...... ¡Joder, es que lo de saber contar un chiste nunca ha sido mi fuerte!
La muerte, ¿qué coño me pasa con la muerte?… pues Pablo no lo sé, no sé qué me pasa con la muerte ni porqué los domingos me dan esas ganas de llorar al leer las necrológicas de desconocidos, ni porque las imágenes de los cuerpos hinchados de ahogados arrojados en cualquier playa lejana, o los cuerpos desmembrados después de cualquier explosión, o los cuerpos asustados y acurrucados por miles de razones y actos sin razón que me llaman la atención y me asombran por esa mezcla de horror, de identificación con la carne y con el ser, con la figura ya inerte con su animalidad de carnicería y a la par por la misma distancia, por el propio extrañamiento que generan en mi… no sé Pablo, no sé qué me pasa con la muerte… supongo que está ahí y es eso, que está pero que yo a veces la miro como si me fuese ajena y eso mismo me extraña, me inquieta, me asombra, … pero creo que desde hace años necesito habitar esas imágenes de cuerpos arrojados, vaciados, pero que observan, que siguen cuestionando algo, porque necesito saber… saber no sé qué, o al menos necesito cuestionarme cada día cómo me enfrento a esas visiones, a esa realidad…
Bueno, ya ves, soy dispersa, reiterativa y nada sintética en la reflexión, pero bueno aquí va algo para empezar esas conversaciones, me queda seguirte hablando de los temas en el pasado, de la fragmentación, regionalización y discontinuidad del cuerpo y el movimiento, de la imagen, el signo y el distanciamiento que es esa mi respuesta al intentar hacer, al intentar estar, transitar y dejar que los cuerpos y el accionar hablen, cuenten digan sin tener porque retenerlos, asirlos apresarlos en un significar….
SOBRE LA HERIDA, LA LIMITACIÓN Y LA MELANCOLÍA
para Pablo, así que te hablo a ti o quiero intentar hablarte a ti desde el desconocimiento mutuo y propio… Propio porque en realidad me doy cuenta de que sólo me paro a escribir en la soledad y que mis días en general se llenan de actividad, vamos que no quedan tantos espacios para ella aunque en el fondo me acompaña siempre (digo una parte de la soledad, que también me preguntabas por ella). Escribir nunca ha sido una actividad para mí sino más bien un silencio, esforzado o a gritos pero silencio que zumba en los oídos. Pocas veces me paro a plasmar en palabra escrita mis procesos, mis pensamientos en relación al trabajo o a la vida o a la muerte. Siempre he sido más de sobremesas, más de un vino y una conversación que va desgranando esos espacios… y todo eso me lleva a ese preguntarme tuyo sobre la tristeza.
Hoy, estos días, ¡vaya época que estamos viviendo! como dice un colega, no están ausentes en ningún sentido de dolores varios, vértigos, impotencias o dificultades, quizá esa tristeza o esa melancolía que ves sea simplemente el disfraz o el vestido que me permite transitar por ellas, pero en el fondo no creo que sea tanto eso, sino que son ese afirmar o desnudar del hecho que “no es que tengamos una herida, sino que somos una herida” y que probablemente el espacio de encuentro , de diálogo, de cuestionamiento que me supone cada entrar en el estudio a trabajar, a crear tiene que ver con escuchar, atender, aceptar, confrontar esa herida; no es algo que viva con dramatismo, es, simplemente es una de las realidades que me encuentro al pararme y atender.
Ahora recuerdo un comentario tuyo un par de días antes de entrar a ver “Apuntes mínimos” me preguntaste si esta no era la misma obra que habías visto en Salamanca hacía un par de años, aquella que hablaba de mi lesión, y creo que te dije que no, que no era esa pero que igualmente hablaba de la lesión en el sentido de que yo ya era una lesión, igual suena exagerado, pero me repito, hoy ya no tiene nada de dramatismo, simplemente describe una realidad, poética, física, de pensamiento, de vida y probablemente de obra, dentro de este mi ir haciendo dispersamente pequeños solos a lo largo de los años. Y al hablar de lesión ya ni tan siquiera me refiero a esa parte concreta y material que está y que todos veis en mi cuerpo cuando se expone en escena, esas cicatrices o esa dismetría que me hace cojear. No me refiero a eso, me refiero a la limitación. La limitación es algo que en teoría todos en nuestro ejercicio de falsa humildad aceptamos, pero llega un momento en el que ya no es concepto, ya no es hipocresía de la formalidad o la teoría, si no que me la he topado, la vivo y convivo. La limitación como experiencia física es una y es cierta, e intuyo que siempre llega o nos llega con la edad, o nos llega como accidente o como enfermedad o simplemente vino con uno en el nacimiento, pero intuyo que llega en algún momento de la vida. Pero lo que me interesa de eso es cómo llega la experiencia, la vivencia de ser limitado, a meterse en las carnes, y vuelvo a decirlo, no es ese pensamiento de que somos hormigas en el universo, eso me queda lejos, no sé ni si concibo el universo, debe de ser una escala demasiado grande, demasiado inabarcable para mi imaginación; sino cómo te llega esa vivencia de habitar dentro de límites, de incompletudes, de no cerrar, y cómo eso se convierte en un necesario y urgente diálogo con el entender esa finitud, esa limitación como esencia.
Así que la lesión es esa herida, es esa batalla y esa negación que inevitablemente te lleva a un diálogo con la soledad, porque ese dolor, físico y del sentir, (no puedo decir del alma, porque como digo en la pieza citando a Paul Bowles, “el alma no existe”, que igual si que existe, pero la verdad no me ocupa o preocupa eso, simplemente como experiencia lo traduzco en el sentir, el experienciar, el vivir…) es algo que se vive en soledad, que no se puede compartir, que como mucho se puede acompañar.
Ahora que te escribo esto estaba acordándome que una de mis reflexiones (de consuelo y extrañamiento) durante todo el año de rehabilitación, era que el dolor físico era inconmensurable, un momento de pérdida en la inmensidad de ese horror “carnal”, de esas fiebres de puro contacto con el cuerpo y la intensidad, pero que todo ello era un lugar por el que sólo iba a transitar, que aquello tendría un final, o al menos se modularía; vamos la puta esperanza me servía de flotador. En aquellos momentos a veces creo recordar que pensaba que el dolor del alma era mucho mejor porque al menos de puro aburrimiento a ratos se acallaba pero la presencia en la carne no se silenciaba… con los años se ha ido callando.
Ayer en una obra de un artista mexicano aparecía una cita de Joseph Beuys “quien muestra su herida se cura, quien la oculta no se cura” o algo así, bueno pues igual también es eso. ¿una terapia más?
SOBRE EL OTRO TRABAJO DE BUITRAGO:
Vamos que pensando y pensando creo que mucho de lo que he hecho a lo largo de estos 20 años de actividad profesional y vital en este país tiene mucho que ver con gestar, coordinar, sostener, alimentar, potenciar, coordinar espacios de encuentro, exposición tanto en la práctica como la reflexión. Que tiene que ver con generar espacios para lo que hay y para lo que necesita ser, y esta necesidad muchas veces ha sido una necesidad mía que se ha extendido a las personas con las que me he ido cruzando en diferentes contextos, vamos que básicamente he sido nudo o enlace de muchas propuestas que he querido que fuesen o estuviesen abiertas a otros o para otros y que eso lo he hecho por que probablemente es mi manera de entenderme en el mundo y de entender este mundo como un lugar activo de relación, confrontación, cuestionamiento COMPARTIDO O AL MENOS CON OTROS.
Así está Estudio 3, la Uvi -la inesperada, Piezas Cortas hechas y deshechas, los Encuentros de improvisación, las colaboraciones con Desviaciones, Situaciones, In-Presentable, el traducir en miles de charlas con artistas y talleres, mi participación en Autonomía y Complejidad de artea, Los años de colaboración con la Porta que me gusta porque es un diálogo a varias voces a veces de contradicciones y otras de complementaciones. El lanzamiento de la colección de libros sobre danza y pensamiento "cuerpo de Letra" y el que luego me consideraran innecesaria por buscar un diálogo y colaboración con un equipo de gente. Bueno y que en paralelo a todo esto están todos los años de trabajo en clases regulares o luego en laboratorios y talleres por muchos sitios relacionados con diferentes herramientas y cuestiones en torno a la presencia, el foco y la atención en el hecho escénico. Y que esto también me ha interesado siempre no sólo porque es una forma de ganarme las habichuelas, sino porque también es un confrontamiento activo con otros cuerpos y otras formas de hacer, entender que me actualiza a mí.
Y luego, o en otro plano, ese que uno se pospone o se va dejando para más tarde están o han estado siempre mis creaciones para la escena, que curiosamente en su mayoría han sido en solitario, vamos toda una contradicción con todo lo demás.
13.8.11
CRÓNICA | Sergi Fäustino em residência artística
Recorrido 1:
Recorrido primigenio. Este es el primer recorrido que Sergi Fäustino hizo cuando vino en residencia a Montemor en el mes de abril. Salida de Montemor y vuelta por el mismo camino.
Recorrido 2:
Recorrido experimento. Pequeña ruta que Fäustino descubrió, meandro de la segunda, que le sirvió para ir combinando, cambiando series, intensidades y paisajes.
El recorrido de las rectas. Este recorrido es el que Fäustino más ha utilizado en esta segunda residencia, grandes rectas que acaban ya donde será el encuentro con el público. Aunque los días de función Sergi correrá desde Figueira da Foz.
DISCURSO DIRECTO | Ahora la estrategia es diferente | Sergi Fäustino
La historia es larga. Sergi está llegando a los cuarenta, su recorrido es como las carreras que se pega todos los días después de estas sesiones matinales de ensayo, de corredor de fondo. Inevitable el parafraseo en esta carrera última y solitaria que empezó hace ya más de dos años: la soledad del corredor de fondo. Después de años dirigiendo, de llevar al teatro a un espacio mínimo, de pegarse con el mundo del espectáculo siempre proponiendo, Fäustino lleva dos años inmerso en esta búsqueda solitaria. Dos años en que ha ido habiendo encuentros con el público, primero La Porta, luego el Festival SISMO, luego el Festival lp, luego la Sala Nasa de Santiago de Compostela (carajo, un abrazo a esos gallegos que están sufriendo los primeros el túnel donde nos estamos metiendo todos).
Radicalizar el proceso, hacer de este oficio del espectáculo un proceso donde se diluya el producto y prime la búsqueda compartida. En eso está el Fäustino, convencido, sin alaracas. Imposible explicar y poner sobre página, o sobre post, todo esto. Imposible explicar ya no su carrera artística, sino la complejidad de este proceso sobre el cuerpo cansado que ha llevado a Fäustino a trabajar desde el cansancio, desde un corazón bombeando y bombeando sangre frente a unos músculos exhaustos. Decir simplemente que este proceso comenzó parejo, en escena, conviviendo, con otro espectáculo que Fäustino presentará en Montemor, “C60 grandes éxitos”, un encuentro en el que Sergi cuenta su biografía personal a través de la música. Palabra y cuerpo comenzaron conviviendo. Luego se han separado, aunque no tanto. En esta charla la palabra biografía también se relaciona con el cuerpo y, por otro lado, es obvio que no es fortuito que ahora las dos propuestas convivan en cartel. Pero centrémonos en esta charla en el cuerpo, eso voy pensando mientras subo las escaleras. Y ahí llegamos, a esa segunda planta, a esta antigua clase donde tan sólo queda la pizarra y Sergi feliz y sonriente. Dispuesto a la charla, y eso hacemos, charlamos:

¿Que tal este espacio?
SF: Fantástico, en abril estuve en el teatro Esther de Carvalho y estaba muy bien pero no deja de ser un espacio oscuro, negro. Y en cambio aquí entra el sol, está de coña, abres una ventana y entra el airecito, estoy encantado. Es una escuela abandonada, tengo todo el edificio para mí, el suelo de madera es súper chulo, se puede trabajar perfecto. Y eso hago, hora y media de yoga, paro un poco y me pongo ejercicios de movimiento.
¿Trabajas movimientos que luego van a estar en escena?
SF: No. Estoy trabajando desde otro punto de partida. Antes, en otros trabajos y en este en fases anteriores, había trabajado más desde el coco. Me hacía planteamientos físicos, “voy a trabajar esto de esta manera, lo pruebo, igual lo fijo…”. Ahora, la estrategia es diferente, estoy pasando por espacios físicos con la idea de que eso quede en el cuerpo. Por ejemplo, el otro día hice un ejercicio de estar una hora quieto, totalmente, y moverme a partir de ahí. Eso daba un peso tremendo a ciertas partes del cuerpo, las clavículas, todo el movimiento de hombros, al moverlas notaba todo el cuerpo pesado. La idea es que eso, de alguna manera, vaya quedando en el cuerpo y que al día siguiente cuando yo vuelva a estar moviéndome, aunque haya trabajado otra cosa, vaya quedando, que vaya quedando un poso, ciertos lugares por los que me vaya encontrando pasar, que no sea yo el que decide “ahora voy a mover el hombro con ese peso…”, sino que ocurra. Estoy trabajando con esa idea, con la pretensión de que eso pase.
¿Y todo esto que relación tiene con lo que pasa en escena?
SF: Exactamente, eso es lo que me estoy planteando (risas). Ahora la gran pregunta es esa, me preguntaban pero qué vas a hacer, y no lo sé, aún no lo sé. Sé que estoy trabajando así y que ese planteamiento está decidido antes de venir a Montemor esta segunda vez…
A ver, en este trabajo se parte de un trabajo que radica en la relación que tienes con el cuerpo, con cierta fisicidad. Para mí, es algo relacionado con lo que te puede pasar cuando juegas al baloncesto, o cuando corres, porqué juegas, porqué practicas un deporte. No es una cuestión solo de bailar, de danza. Lo que me interesa es que hay algo en ese cuerpo cuando está trabajando que te da una especie de adrenalina que te provoca no sé bien qué…
¿Placer?
SF: Pues no sé bien yo si es placer, pero te da algo que te permite relacionarte de manera diferente con tu cuerpo, es esa relación que se establece cuando estás trabajando físicamente lo que me tiene pillado. Y en La Porta (Fäustino presentó su anterior trabajo de esta misma serie, “Estilo internacional”, en marzo en el CCCB de Barcelona dentro del Festival lp organizado por La Porta) y en otros encuentros que he hecho con público, era esto mismo lo que estaba buscando pero más desde un planteamiento hecho desde la cabeza, planteando acciones, como la de las gomas (Fäustino intentaba avanzar con los pies sujetos a unas gruesas gomas). Eran acciones pensadas antes que querían provocar situaciones físicas. El proyecto ahora ha cambiado, se trata de que aparezcan las cosas desde el cuerpo y no desde una estrategia pensada con anterioridad.
Por aclarar. “Estilo internacional” podría decirse que se dividía en tres partes. Una primera en que había “posturas” estáticas en las que se trabajaba con el cansancio del cuerpo inmediatamente después de haber estado corriendo horas. Otra segunda en la que ese cuerpo discurría por el espacio, en la que se trabajaba con dimensiones, emarcamientos y desplazamientos dados por el hall del CCCB donde tuvo lugar la pieza. Y una tercera parte en las que el cuerpo pasaba por unas acciones concretas propuestas, la de las gomas que decías, la de los corazones (Fäustino pateaba corazones de vaca) o la de atravesar colgado por una barra de danza…
SF: Bueno, las primeras van a estar, son producidas por el cansancio de estar corriendo. A parte, ese estar es necesario para poder comenzar. El tema es la tercera parte. La segunda en Montemor va a estar dada al hacer la pieza en el campo. Pero se trata que la tercera, en vez de estar propuesta, aparezca desde el cuerpo. Pero claro, ¿qué pasa? Que a lo mejor acabo bailando, no lo tengo muy claro, no quiero improvisar, hacer una improvisación, sino dejar que el cuerpo decida o aparezca. No sé hasta qué punto esto lo voy a poder hacer in situ. No sé hasta qué punto puedo llegar y decir “a ver qué hago”, o si me tengo que plantear un recorrido que permita dejar espacios para que aparezca el movimiento; y que en ese movimiento aparezca, de alguna manera, lo que he estado trabajando aquí en la escuela día a día.
¿Por qué esta búsqueda?
SF: Siempre he hecho millones de deportes, empecé con la gimnasia, pasé por todo y luego me puse a bailar. Toda mi vida ha sido así y aunque hayan sido cosas diferentes persiste una relación con el cuerpo que es la misma, eso que me da el cuerpo que no sé explicar ha cruzado mi vida. Y eso es lo que estoy intentando explicar con este trabajo: qué hay ahí o lo que me da. De golpe, ahora, con 38 años, me doy cuenta de que llevo trabajando con el cuerpo, adicto al cuerpo, desde que empecé a hacer gimnasia con ocho años… ¿Por qué? Porque he ido por aquí y no por otro lado.
Parece que quisieras dejar el movimiento en un espacio lo más desnudo y menos agarrado posible para poderlo ver en esencia ¿Crees que si llegas a eso podrás encontrar explicaciones a tus preguntas, a tus dudas?
SF: No sé si explicación, sé que estoy en eso y estoy viendo qué da. El hecho de estar preguntándose y estar en esa búsqueda ya me está dando mucho, sin que haya certezas. Estoy disfrutando como un enano con mi cuerpo, es como estar haciendo lo que he hecho siempre pero de una manera más consciente.
Podríamos decir que en varias de tus piezas teatrales anteriores, sobretodo en “La historia de María Engracia Morales”, “De los condenados” y “Duques de Bergara”, creo que hiciste un proceso que tiene semejanzas con este, un proceso en el que se intentaba ir a la esencia del teatro, quitando todo lo que tenía de representación, de composición, de adorno… Llegando a tener a dos personas o tres simplemente hablando, charlando. ¿Estás de acuerdo en que ambos procesos tienen presupuestos semejantes?
SF: Puede ser, nunca lo pensé así pero tiene todo el sentido ahora que lo dices.
SF: Lo que pasa que en este trabajo, comparado a los que hablabas antes, el lugar desde donde trabajas es menos lógico, menos tangible, menos racional. Por eso, me cuesta tener certezas, me cuesta saber cuál es el objetivo del trabajo. Creo que mi trabajo parte de la curiosidad, de la pregunta de qué es esto; y sí, a partir de ahí, voy a quitar todo y a ver qué queda. Y de alguna manera es eso lo que estoy intentando al ver cómo pueden aparecer las cosas desde el cuerpo.
También podríamos decir que la disciplina, fea palabra, es decir, la danza, te ha permitido radicalizar la búsqueda. Quieras o no, las tres obras de teatro anteriores eran procesos cerrados: proceso, estreno, obra terminada (aunque fuese creciendo y cambiando en los bolos que tuvieseis). Y aunque fuese así, ahora, con los años, se puede ver un proceso abierto en esas obras, algo que se sigue investigando y transita por todas ellas. En cambio, desde que empezaste este proceso sobre el cuerpo... Que ¿cuándo empieza?
SF: Exactamente empezó cuando me hice la segunda maratón de mi vida. Como un año antes de ir al Festival SISMO en Madrid, al que ya fui con el primer trabajo de este proceso abierto al público, “C60, grandes éxitos”. Un año antes corrí la maratón y quedé con unos amigos en un espacio de Barcelona y planteé una serie de ejercicios: había una parte de movimiento, otra parte en la que explicaba la maratón en inglés –para ver el cansancio en el cerebro-, y en otra hacía una coreografía para cómo aparecía el cuerpo. Lo que apareció esa primera vez, que no me lo había planteado, fue el silencio. Vi que llevaba cuatro horas sin parar corriendo y que tan sólo podía parar, con el cuerpo quieto pero por dentro funcionando a dos mil por hora. Ahí me di cuenta, con el tiempo esto se ha ido clarificando, que se podía no hacer y ya está, dejar que las cosas aparecieran.
Bueno, decía, que desde que empezó este proceso tuviste claro que lo importante era el proceso, dejarlo abierto, sin conclusión ninguna, centrarlo en la investigación e ir acompañándola de encuentros con público. El proceso, como decía, se radicaliza ¿no? Pero bueno, ¿cómo recuerdas el encuentro en el Festival lp en marzo de este año, “Estilo internacional”, en el CCCB, contigo corriendo en una cinta delante del público? Allí, compusiste mucho, ¿no? ¿Qué reflexiones sacaste de ahí?
SF: Es lo que decía, vi que la propuesta escénica estaba muy compuesta, muy pre-compuesta. Por eso ahora me gustaría dejar espacio para que las cosas aparezcan in situ. Lo del lp, por un lado, fue una experiencia fantástica, probar lo de la cinta, que quería hacerlo, descubrir la importancia del espacio en este trabajo... Luego, por otro lado, me quedó la sensación de esta composición desde fuera, desde lejos… Me pareció, no encuentro la palabra, pero en cierta manera incongruente, incongruente estar trabajando desde el cuerpo y que luego todo tome forma desde fuera, pensando. Luego vine a Montemor en abril en residencia y estuve trabajando un mes en La Porta de Barcelona. Y allí fui reflexionando y decidiendo que lo que tenía que hacer ahora era perderme un poco desde el cuerpo, dejarme llevar y no plantear tanto, no componer tanto.
Eso escénicamente es más arriesgado, ¿da un poco de mieditis?
SF: Y sí, totalmente. Por eso, creo que lo voy a hacer poco a poco, tampoco sé lo que quiere decir estar perdido en el cuerpo. Quiero hacerlo sin muchas certezas, ir pasando por ahí, poco a poco. Desde que se acabó la residencia en Montemor en abril hasta ahora, trabajando en La Porta y ahora aquí, la sensación es de pérdida, de estar perdiendo maneras de hacer, las acciones, la composición, de no poder seguir trabajando con eso.
La otra manera de hacer conllevaba una pre-significación anterior, aunque fuera abierta y sugerente, que lo era… Dar patadas a corazones, tocar la bubucela…
SF: Creo que eran construcciones que daban que pensar, que también son buenas y que seguiré utilizando en el futuro, pero ahora en esta etapa del proceso que me toca trabajar en la dirección que lo estoy haciendo.
Toda las tardes corres por estos campos planos, de maíz y arroz ¿Qué tal la tierra media esta del Mondego en la que te has metido?
SF: Precisamente creo que el haber venido aquí es parte importante de la dirección que ha tomado el trabajo. El proceso está tomando sentido también al poder hacerlo en sitios bien diferentes y que en cada presentación al público aparezca el lugar, los espacios. Lo único que tengo claro ahora es que tengo que ir al campo, mañana me voy todo el día al campo.
Cuando los procesos son tan internos… Quizá esta sea una pregunta trampa, pero seguro que te la has hecho ocho mil veces ¿Qué valor escénico tiene lo que haces?
SF: Gran pregunta. Es una gran duda, hasta qué punto todo este proceso que estoy viviendo se puede compartir. La palabra clave es compartir, compartir lo que está pasando. Sé que puede ser difícil a nivel de planteamiento escénico pero ahora mismo no sé cómo hacerlo de otra manera. Para mí los encuentros con el público están siendo muy importantes, ahí pasan cosas que sólo pasan cuando hay público, cosas que para el proceso han sido básicas. Yo necesito público. Es más un ofrecer, no sé cómo explicarlo, es más: “mirar chichos estoy haciendo esto, a ver qué os parece”. Estoy aquí ahora.

Los paisajes se te quedan dentro. En la residencia que tuve aquí en abril, recuerdo que los campos de arroz estaban llenos de agua pero no había crecido la planta. Y brillaban y reflejaban como si fueran espejos. Ibas corriendo, lo veías y era fantástico, a la mínima que había una subidita, como en el puente de Ereira, la vista era muy chula, con todos los campos, y esas imágenes, corriendo… Se va quedando dentro. Ahí tomé la decisión de hacer el encuentro con el público en el campo, no podía pensar en una sala, estuve hablando con Vasco y buscando durante varios días donde poder hacerlo. No tanto por un rollo de “soy de ciudad y que bonito es el campo”, sino buscando la especificidad de Montemor. También me mola eso, que la gente que venga va a tener que ir al campo, ir hasta allá… Y podrá quedarse también con lo que allí hay.
10.8.11
CRÓNICA | La contemplación del desastre

Puto micro y macro, juntarlo como la única manera del teatro político. Decía Castro en la entrevista que el teatro se reduce a lo que afirmaba Beckett, a un público que decide reunirse para contemplar un desastre, pero ese desastre no puede ser representado, tiene que ocurrir en escena. Este es el núcleo de “Massacre”, de esta obra hecha por dos hombres nacidos en Portugal, zarandeados por el mundo, por la edad, por las luchas pírricas a las que se enfrentaron, con algún espacio de aire conseguido, con diez mil perdidos, con tres o cuatro cicatrices indelebles, como todos.
Empieza la obra, Romão fuma, Castro tiembla, tiembla y baila –hermoso baile-, ya todo respira la estética del desecho, de un teatro que se quiere fuerte, que se constituye centrípeto, que irradia libertad en el pensar y hacer. El espacio teatral como campo de batalla, donde cabe todo, donde todo puede ser hecho y se decide ir al límite. Y eso no es fácil. El teatro tiene sus reglas, tiene muchos lenguajes, una combinatoria infernal de cuerpo, palabra, espacio, luz y energía donde todo se codifica. Tienes que jugar con códigos y jugar con ellos es siempre frágil, la materia con la que jugar siempre se arriesga a quedar en tontería, a caerse, a que no se sostenga.
Por eso, en este espectáculo que empieza y acaba con dos hombres solos en sus respectivos espacios de solitaria cotidianeidad (un salón con libros al fondo y una cocina hecha para el ritual portugués de la sopa), es clave la escena tonta, hecha desde un código liviano -dicha a público con chufla- de las cartas. Paulo y John reciben cartas, cartas solicitadas a parte de la inteliguentsia intelectual de la escena: Paul Auster, Jan Fabre, Rodrigo García, Edward Bond, Mickael de Oliveira… Acto por un lado de exorcismo, todo se ridiculiza, y acto que expone la reflexión meta-teatral que cuestiona desde donde es posible hacer en escena. Cuáles son las estéticas posibles, cuáles las lícitas, cuáles las apropiadas. Y también, o sobretodo, se quiere plasmar un mundo donde todo está en lucha, donde el hombre se mueve por reacción, también en el mundo intelectual hay arribismos, suficiencias, machismos, etc. Rodrigo los manda a la mierda, Liddell ni ha escrito, de Fabre se dice que está anticuado, Oliveira manda un sobre vacío como si nada pudiera decir en esto, de Auster Castro quiere sacar dineriño… Parodia hilarante que acaba en violencia, con Castro reafirmándose ante los ataques de Rodrigo, insultándolo, ventana de transición que utiliza el espectáculo para ir al espacio estético y ético que ha elegido: el de la violencia corporal y energética del trash. Suena una guitarra metalera, suben las luces, Romão se agarra a una palabra, bombs, y comienza un trabajo físico, de exposición corporal, en el que se escenifica el desastre, continuo, largo, de decibelios que se meten sin permiso hasta el hueso.
E interesante es la combinación en este trabajo de esa manera de hacer, corporal y visual, con otra de una mayor dramaturgia construida sobre el personaje. Hasta este momento de la pieza, “Massacre” ha transitado por un teatro posdramático, donde el personaje desaparece, donde prima el actor que habla desde su yo en escena y la política y poética escénica del cuerpo. Y es a través de una escena simbólica, en la que Castro entierra a Romão bajo baldosas lisboetas, en la que el código escénico varía. Romão es ya Timor, muerto y enterrado, Castro primero lo entierra, luego se viste de la policía federal indonesia y lo desentierra, luego le roba el dinero de los bolsillos y luego se lo folla en acto necrófilo. A partir de ahí la obra muta y se vuelve una locura donde los actores primero son de la policía federal indonesia, se escenifica la ignominia moral del torturador (es notable como esta parte de la obra recuerda al teatro de los setenta-ochenta argentinos, a ese teatro psicológico de Tato Pavlovsky), donde luego pasan a ser países-personaje, uno es Indonesia, otro Timor, otro pasa a ser los países del Este, otro Australia… La obra se agarra a un diálogo constante, rápido y veloz sobre la locura de la geopolítica, de las excusas morales de la política, vericuetos y piruetas mentales que tiene que hacer el hombre para soportarse, para poder justificar el fracaso ético que el género humano supone. Timor colonia, Timor descolonizado, luego invadido, luego militarizado, luego arrasado, lleno de fantasmas, Timor terreno de Naciones Unidas, Timor frontera del primer y tercer mundo, de la Australia del desarrollo que quiere tener buenas cancelas en ventanas y puertas, Timor sufrimiento culpable y real de los portugueses, Timor puta historia contemporánea del planeta.
De ahí el trash. Decía Castro que en Australia encontró exiliados timorenses que le daban al trash. En el espacio reina una bandera de la banda de metal Slayer. Es este mundo lleno de muertos donde Satán más que una negación de la bondad divina se vuelve una cordura exigente a través de la negación que es crítica, negación de la bondad cristiana que es aceptación del crimen sistemático, afirmación de la violencia que es resistencia. Y es esa violencia tratada en este espectáculo como respuesta frágil, que si bien no entra en liza ni puede contestar a la violencia real, la que se erige en espacio de resistencia ética. Respuesta que no va a conseguir nada, que no soluciona pero que es en cierta manera la respuesta que le queda al individuo, la de la denuncia que además dice “aquí estoy, y no me derrumbas, aquí estoy y como te acerques muerdo, ya estoy loco, y mi locura es mi arma, mi fuerza”. Por eso, en toda lógica, acaba el espectáculo en ritual del metal, en un absurdo de espectacularidad en luz, llamas y energía corporal. Bueno, la obra no termina así. Después de ese “ritual de lo habitual” a lo Perry Farrel, con música de Slayer, Castro y Romão vuelven a sus habitáculos, habitáculos de la derrota, esos donde en vez de espacios de libertad individual son tantas veces pequeñas prisiones de soledad e impotencia. Ahí acaba la obra, en derrota.
Hoy comienzan las cinco funciones que la obra tiene en el ZDB de Lisboa. Luego, a principios del 2012 la obra viajará a Australia. Cabe resaltar, por último, el acierto de ver a Castro colectivizado por 84 y a Romão engullido por el psicologismo esquizo de Castro. Todo un encuentro.
7.8.11
CRÓNICA | La deconstrucción del género
Podríamos decir que eso pasó. Y sería mentira. Es lo que tienen las palabras, lo que tienen de distancia con lo que pasa en escena. Es como las palabras -ya sean descriptivas o enumerativas, ya sean esencialmente valorativas-, se acercan más a las ideas que el creador tiene sobre lo que quiere hacer que a lo que realmente pasa en escena. Qué paso ayer en escena, cómo explicar y cronicar “Mesure it in inches”, de Marianne Baillot y António Pedro Lopes…
Intentemos otro código, apliquemos otro lenguaje, otro tipo de acercamiento.
Marianne Baillot -coreógrafa y bailarina francesa que ha trabajado durante años también en Portugal- y Antonio Pedro Lopes –performer portugués- estrenaron en el teatro Esther de Carvalho (pequeño y recoleto teatro burgués del XIX a la italiana construido en una antigua capilla) una revisitación personal del género bufo del vodevil. Un acercamiento que con libertad y desde el espacio vacío busca tratar temas de alto vuelo, como la ilusión perecedera o la pérdida de identidad y búsqueda del sentido de la condición humana. Y esta búsqueda se agarra a la ligereza del teatro de variedades, a su tendencia a la parodia y a su estructura de pequeños números con transiciones en el que un juego de luces o la misma salida de los actores son suficientes. Con una estructura dramatúrgica limpia a cargo de Rita Natalio, la pieza parece querer construir desde el esqueleto mismo, deconstruido, del género del cabaret.
Arriesgado es de esta propuesta, sobretodo, que se trabaja desde un espacio desnudo donde tan sólo se cuenta con el cuerpo del actor, la luz y el sonido. Se prescinde de cualquier decoración y de cualquier artilugio. Queda así, el número reducido a su nada. La compañía trata desde esta desnudez de mudar, transformar, modernizar, reinventar. En la mayoría de las escenas la sensación es de limitación, de pobreza, parecen primar más las ideas de lo que se quiere hacer que lo que pasa en escena. Y qué pasa en escena, pues monólogos dichos en proscenio de escasa potencia poética, escenas de una teatralidad exagerada que se quedan en la enésima parodia que parecen intentar traspasar; y esperpentos con peluca que además quieren modernizarse por referencias en la música y la estética.
Un desastre que tuvo un pequeño paréntesis de aire fresco en una escena donde el espacio se llenó de hortalizas y frutos que luego se utilizan para un pequeño juego de transformismo al cubrir el cuerpo del actor con berzas, plátanos y demás frutos. Escena que el público que abarrotaba el pequeño teatro agradeció calurosamente.
La compañía decidió acabar esta propuesta de manera abrupta a la par que moderna con una caída de telón y un descubrimiento de un crucifijo en los atrases del espacio escénico. Imagen evocadora, de contraposición con lo expuesto, donde el peso del barroco y la tradición más oscura entraba en escena confrontándose a la composición florentina a lo Guiseppe Arcimboldo del último número de la que hablábamos. Final heavy para una propuesta nada resuelta, donde los códigos de lenguaje escénico no parecen clarificados y donde la sensación es de un teatro hecho con prisa, sin reposo, sin clarificación estética. Prueba de esta confusión es el hit bochornoso en el que se canta el revolucionario y melancólico “Gracias a la vida” de la Violeta Parra.
Preocupa al que escribe la programación última, pongamos cinco años, de este espacio tan poderoso y enmarcado que es el teatro Esther de Carvalho. Es difícil dar con una relación entre las maneras de creación escénica actual y la implantación de éstas en un espacio tan tradicionalmente teatral como es este teatro. En esta ocasión, “Mesure it in inches”, parece haber intentado hacerse con el espacio en lo que ha durado su residencia. Y, aunque con pequeñas luces, cae este espectáculo en lenguajes de un teatro repetido, plano y aburrido donde además uno se pregunta dónde quedó la vida expansiva y popular del cabaret.
DISCURSO DIRECTO | La melancolia como actitud y no como condena | Francisco Camacho
Subimos al castillo de Montemor a media tarde, todo se está preparando para el estreno en Citemor de “Lost Ride”, última pieza de Francisco Camacho, corredor de fondo de la danza portuguesa que en esta ocasión presenta un solo de melancolía leve interpretado por Sílvia Real. Mientras los técnicos van disponiendo todo con calma, hablamos de manera pausada con Camacho. En la conversación van saliendo diferentes temas, la pieza, la fuerza escénica de esta también larga intérprete de la danza que es Sílvia Real, la situación de la estructura de investigación y difusión de la danza que creó Camacho hace ya más de quince años, EIRA, la situación de la danza en Portugal con respecto a la de hace dos lustros…
¿Cómo comenzasteis a pensar en Lost Ride?
Nació cuando Sílvia, me invita a dirigirla en un solo. Bueno, conozco a Sílvia desde el año 90. Sílvia es bailarina y coreógrafa. Lleva diez años trabajando en solos con su marido que es músico y co-creador de las piezas, de ahí salió una trilogía que tuvo mucha repercusión (“Casio Tone” / “Subtone” / “Tritone” (presentada íntegramente en Culturgest y en Montemor-o-Velho, año 2007). Ella trabaja mucho a partir de guiones, partiendo de guiones predefinidos. Y fue un trabajo largo en el tiempo y solitario. Le apetecía cambiar, trabajar con más gente… De ahí la invitación. Hace unos años trabajó conmigo como intérprete en “Evil, Evil Live”, una pieza del 2005.
¿Qué te interesa de Sílvia? ¿Dónde crees que está su fuerza?
No sé dónde está su fuerza, cuando ella me hizo la propuesta me acordé de su última escena en “Evil, Evil, Live”, era una secuencia de movimiento en la que Sílvia intentaba moverse pero nunca llegaba a concretar el movimiento, pero seguía y seguía intentándolo… Partí un poco de ahí, quería llevarla a ese estado, a esa fisicidad tan distinta a la que ella desarrolla y trabaja en sus piezas. En estas Sílvia trabaja elementos más definidas, más concretos, muy rigurosos, muy al detalle, precisos, llenos de control. Yo quería esta cosa más vaga, más difusa.
También hay algo en su cuerpo muy plástico, muy visual que me interesaba. Como es muy flaca hay algo de sus brazos, los ángulos que crean, las piernas, que me interesa mucho. Sílvia es un poco andrógina y hemos querido trabajar eso, jugar con posiciones focalizadas en la forma, que le daban algo más geométrico, en figuras que se alejaban de la idea de personaje y abordaban una mirada más abstracta del cuerpo.
¿Desde dónde empezasteis a trabajar? Empezamos viendo muchas películas, que es como estoy trabajando ahora, solamente para generar e ir recogiendo ideas, frases, atmósferas. Partimos de un título de un capítulo de un libro de Peter Sloterdijk, “Donde estamos cuando escuchamos música”. Me interesaba el título, no el contenido. Empecé por ahí, por eso vimos muchas películas de Godard, por todo lo que tiene de jump cuts con el sonido, de mezclas de sonido, de sonidos que no pertenecen a la escena sino a otra que se va a ver más tarde, de cortes súbitos… También hemos visto mucho a Lynch, que es de donde sale la idea del coche…
¿Qué te llamaba la atención de la frase de Sloterdijk?
Tiene una explicación muy práctica. Cuando trabajo con grupos no me interesa pensar antes dónde están las personas, cuál va a ser el espacio, cuál va a ser la escenografía, etc. Pero cuando trabajo en un solo me es muy difícil empezar desde la nada, estar en un estudio sin nada… Porque si tienes un dueto pues ya puedes crear una interacción que genera un contexto. En cambio, si estás solo es muy difícil. Por eso, en un solo me ayuda trabajar antes dónde va a estar la persona, incluso algo de escenografía. Y este título, “Donde estamos cuando escuchamos música”, me facilitó el poder comenzar. De esa frase salió el coche, Sílvia me contaba que cuando quiere escuchar música y estar sola se va al coche… También surge de esa frase el suelo de la pieza que está relacionado con el sonido, el material utilizado es un aislante de sonido.
Ya en una pieza anterior, “-Im” , trabajabas con los intérpretes moviéndose debajo de una tela, ocultos al público. Aquí vuelves sobre ello, ¿por qué?
No sé muy bien explicarlo, es una obsesión que tengo desde hace algún tiempo pero no sabría decir porqué. Ya en el solo que hice en el 2006, “Coup d’etat”, el cuerpo estaba todo cubierto de toallas de baño. Ahora, en esta pieza, ya no es sólo el cuerpo moviéndose debajo sino que el tejido metálico se mueve en un momento concreto en el que utilizamos aire. Me interesa la pura coreografía, sin personas, como movimiento puro de materiales. Un movimiento que es accionado por los intérpretes. A lo mejor, en algunos momentos, mucha gente está intentando identificar el cuerpo, la posición del cuerpo debajo del material, eso me interesa algunas veces pero sobretodo me interesa el movimiento de los materiales…
El bailarín desaparece, el cuerpo desaparece y ¿qué se busca desde esa ausencia?
Me interesa investigar el movimiento sin que éste pase necesariamente por un sentimiento o una emoción. Durante mucho tiempo investigué el movimiento que surge de la emoción, y sigo haciéndolo, pero también quería ir hacia un tratamiento más esencial del movimiento. La forma, el ritmo, la duración del movimiento, la composición… Lo que es la materialidad de la coreografía, los elementos básicos de la coreografía, poder ver la coreografía sin que esté en un cuerpo humano.
¿En que momento llega esta pieza, como creador, como gestor de EIRA, como ser humano…?
Cuando Sílvia me propone esto venía de hacer muchos solos dirigidos por mí mismo y nunca había dirigido un solo para otra persona en escena. Y era un desafío que me interesaba. Después me gustó la idea, como te contaba, de trabajar con Sílvia y además me sigue interesando responder a desafíos que me vienen de fuera, que me vienen propuestos por otros y no solamente yo decidir lo que quiero hacer.
Una cosa que me entusiasmó es que la estructura de empresa con la que funciona Sílvia ha decidido y conseguido sobrevivir sin pedir apoyos al gobierno. Viven de ser programados y de coproducciones… Funcionan así, han conseguido tener muchos contactos por todo el país, cosa que yo no tengo. Vamos a girar mucho con este espectáculo y eso me entusiasmo, estoy cansado de estar en un proyecto que sólo se puede hacer dos o tres veces. Sílvia es muy buena en eso, sabe mantener una relación con los programadores de Portugal, yo no sé, no me gusta hacerlo, no sé vender mi trabajo, tengo muchos problemas en hacerlo.
¿Se podría decir que en Portugal ahora tienes un problema de visibilidad?
Sí, ahora más. Antes tenía sitios en Oporto o en el sur de Portugal que me programaban regularmente y de hace tres años acá todo eso cambió… Han surgido más teatros pero no he sabido hacer los contactos… Y sí, ahora me es más difícil girar.
¿Cómo se aborda esta misma problemática, no ya tuya, sino de todos sus integrantes, desde EIRA?
EIRA es un espacio para la investigación y también un espacio desde donde promover y dar visibilidad a cierto tipo de danza en Portugal. Debería ser las dos cosas, pero tenemos un equipo muy pequeño. No está siendo fácil conciliar esos dos intereses. Ahora, estamos intentando implementar un nuevo modelo que pueda subsanar esto mismo. Antiguamente teníamos una persona para administración y producción y un asistente. Y ahora, estamos intentando que sean los mismos artistas los que se involucren en todo la producción y la gestión del espacio para que así la persona de producción pueda concentrarse más en la difusión, en los contactos con la red nacional de teatros. Y además, tenemos una persona part-time para contabilidad y finanzas, que es una parte del trabajo muy ardua.
Así que ahora está Rui Silva ocupándose de la difusión y trabajando en la nueva web que saldrá a la luz el mes que viene; Rafael Álvarez apoyando la producción y Tiago Cadete con la gestión del espacio de EIRA en Lisboa, manteniendo e invirtiendo en el equipo técnico que permite poder trabajar allá. Bueno y yo que ando también con el espacio y organizando el archivo.
¿Cómo ha cambiado la visibilidad y la difusión de la danza en Portugal en estos, digamos, últimos diez años...?
Por un lado, se podría decir que estábamos mejor. Hace diez años acababa de empezar el nuevo modelo de financiación del Estado portugués, finalmente había un modelo de concurso para apoyar estructuras y coreógrafos y se acabó la manera de funcionar por la cual si tenías buenos contactos te daban algún dinero. Y hace diez años, todavía había una clara voluntad de invertir en coproducciones por parte de ciertos centros… Había más visibilidad de la danza. Ahora hay más teatros pero hay menos visibilidad, pero ya no sólo a través de estos espacios sino incluso en los periódicos y demás medios.
A parte de las causas generadas por la crisis económica, ¿qué crees que ha pasado para que cierta visibilidad y energía que había en Portugal con respecto a la danza hace años se haya en cierta manera diluido…?
Creo que en esos años no se consiguió cambiar la visión de la cultura y el acercamiento a ella, no sólo por parte del Estado sino también por parte de la gente. No es como en Londres, donde convive lo tradicional y lo más contemporáneo y, sobretodo, la gente va a ver cosas, a un teatro, al cine o a una exposición de manera habitual, forma parte de los hábitos del ciudadano. Aquí en Portugal, los hábitos de consumo no se han desarrollado. La gente en Portugal va a ver algo cuando es mediático y piensan que es bueno porque es conocido. No se arriesgan a ver otras cosas.
¿Tienes la sensación de que en Portugal se ha perdido una oportunidad con la danza?
No totalmente. No se ha perdido una oportunidad per se, pero sí se ha perdido una oportunidad para poner la danza en un lugar más visible y desarrollado. La sensación es de no estar donde podríamos haber estado. Y ahora, con las crisis y los recortes, esto se patentiza más, se fragiliza todo. Las estructuras no tienen la fuerza suficiente para luchar con estos momentos más críticos y acaban reduciendo personal y reduciendo actividad.
Y, por cierto, “Lost Ride” ¿de qué va?
No sé, todavía no sé de qué va, nosotros todavía seguimos hablando en broma sobre la obra. Bromeamos con todo lo que la gente dice… ¿Qué lo ven muy estético?, pues decimos que a nosotros sólo nos interesan categorías estéticas, la belleza, lo que se dice las categorías clásicas, trabajar lo bello, ¿el contenido? No nos interesa, ¿de política? Nada de nada… (risas).
¿Y qué tipo de belleza hay en “Lost Ride”?
Estoy en un momento que me interesa las cosas más contemplativas, conseguir un tiempo para la contemplación, una idea de melancolía que no sea pesada ni cargada, sino que sea más una opción de lidiar con el mundo, que es como creo Sílvia lidia con este espacio, ella está en una cierta melancolía pero es más una actitud que una condenación. Me interesa crear espacios en que quede claro que son espacios de investigación estética y que no son ni manifiestos políticos, ni retratos de la vida alrededor; que son otra cosa, una construcción, me interesa este lado construido, artificial.
6.8.11
DISCURSO DIRECTO | Paulo Castro y John Romão se tiran a la piscina | Paulo Castro e John Romão
Hace dos días pudimos ver un ensayo de esta pieza veloz, extraña, con estructura trash, como gusta decir a Castro, donde nada se fija, donde se utiliza la fuerza y desmesura del metal para llegar al ritual, para escenificar la violencia, para dar con una veta desde donde poder explicar y afrontar la alimaña a la que puede llegar a ser el hombre. Castro y Romão se atreven, y lo saben, se permiten hacer. Estamos a dos días del estreno.
Quedamos con Paulo Castro y John Romão en uno de los espacios emblemáticos de este festival, el Sala B. Una antigua casa hoy sin tejado ni suelo que tiene algo, una fuerza especial capaz de propulsar las propuestas. Aquí es donde se estrenará “Massacre”, una coproducción del Festival con el ZDB en donde Castro vuelve a dirigir en Portugal en esta propuesta trash co-creada junto a John Romão. Dos personalidades del teatro portugués, dos carreras paralelas, una que comenzó en los noventa, la de Paulo, otra que lo hizo a principios del silgo XXI, la de John. No se conocían personalmente hasta este proyecto. Fue a través de los Encontros de Novas Dramaturgias 2010 organizadas por el propio Romão y Mickael de Oliveira desde su Colectivo 84 que se realizó el primer contacto.
Paulo, después de vivir en Berlín, hace cinco años marchó a Australia, a la ciudad de Adelaida. En España es conocido sobre todo a través de Escena Contemporánea que en el 2005 le dedicó el Ciclo Perfil. Pero Paulo dejó las Europas hace cinco años y se alejó. Mucha gente se preguntaba dónde podía estar. Bueno, Paulo Castro “is back”. Y vuelve con fuerza, con su teatro veloz, imprevisible y siempre político. Y lo hace de la mano de otro de los inconformistas escénicos de Portugal, John Romão. Pero antes de meternos en faena le preguntamos a Paulo que tal por las antípodas, porqué se fue, cómo anda:
Paulo Castro (PC): Mi recorrido es un tanto extraño. Bueno, pasar de Portugal a Berlín es un cambio natural para cualquier europeo que decide ir a una ciudad más abierta a la cultura y especialmente para a ese teatro que yo hago… Pero después de producir varios espectáculos en Berlín y girar por Europa empezaba a sentir que aquello no me llenaba, pienso que los europeos tienen el defecto de pensar que todo lo que pasa en el mundo tiene que ver con Europa y lo demás, simplemente, no existe. Especialmente lo que pasa en Asia y en Australia no interesa, incluso lo que pasa en Estados Unidos para muchos europeos no importa. Estaba harto.
También Joe Stone, mi esposa que trabaja conmigo y es australiana, ha sido importante en la decisión. Los dos decidimos experimentar en plan piloto durante un año. Pero lo que pasó es que con el espectáculo “B-File” -2006- (que fue hecho en Berlín y que estuvo en Escena Contemporánea de Madrid), pasó algo muy raro cuando lo hicimos recién llegados. El espectáculo fue nominado para los Green Room Awards, que son los principales premios en Australia para el teatro independiente. Eso generó una bola de nieve en la que comenzaron a darse muchas invitaciones, muchas posibilidades de trabajo… Acabamos de hacer un espectáculo “Superheroes” para el que hemos tenido un subsidio muy grande… Hemos trabajado mucho estos años. Dirigí para una compañía de Adelaida, Brink Productions, “Foot soldiers”, un texto de una autora nueva, Nicki Bloom. He estado trabajando con Chunky Move, una compañía de danza en Melbourne con dirección de Damien Jalet, que viene de la compañía deles Ballets de C de la B, y de Erna Ómarsdóttir de Islandia. Trabajé en un espectáculo llamado “Black Marrow”…
Erna, que trabajó con Jan Fabre en “My movements are alone like streetdogs”, que es una bestia…
PC: Sí, sí, mucho trash y mucho black metal. Ella es fantástica, fue con ella que entrené esto que hago en la última parte de la pieza de agitar y mover la cabeza y que luego no duela… Estuvimos entrenando horas y horas, diversos ejercicios de mover la cabeza, impresionante, eran improvisaciones de dos o tres horas… Y también improvisaciones de temblar durante dos horas y hacer todo temblando… Impresionante, Ben Frost, es australiano pero vive en Reykjavík, estuvo pinchando música… Todo respiraba trash, black metal, no te puedes imaginar, todo muy orgánico, muy catárquico, cosas que en este espectáculo para Citemor han servido. Quizá alguien piensa “eh mira a Paulo, está rompiéndolo todo en este espectáculo” y no es así, todo tiene una base y un trabajo que me permite hacer.
Bueno, y me contabas de Australia…
PC: Sí, han sido cinco años de mucho curro, también hice otro trabajo que fue nominado para los Green Room Awards, “Tom the loneliest”, era con un psicótico y un actor profesional en escena, iba sobre la vida de los homeless, los sin techo. Una de las cosas que sorprenden en Australia es que los espectáculos pegan, llegan, aun siendo trabajos independientes recibes premios y te los dan al lado de Kate Blanchet… Aquí esto no pasa, sería como colocar a John Romão recibiendo un premio al lado de Nicole Kidman… Es extraño, recibir un premio al lado de Colin Firth, del pibe del Discurso del Rey, que es un tipo que se mete en piezas de la hostia… Y es que es diferente, aquí cuando uno se mete a hacer una comercialada y una payasada ya no sale de hacer comercialadas y payasadas… Pero la escena australiana no es una escena donde se dé teatro político, están más por la nueva danza, por un teatro más estético. A mí allí me dicen que estoy entrando por un sitio extraño, no construido, por el que a ellos no les gusta mucho transitar. Por ejemplo, en Australia están llegando muertos todos los meses de Afganistán, como antes de Irak, y los trabajos de allá no dicen nada sobre esto, no reflejan realmente el estado político actual del país. Y para dar por finalizado este capítulo sobre Australia, que es un capítulo que no vamos a alargar por causa de Timor (risas), es que los australianos no son muy pedantes con su cultura, y eso me gusta. A veces no saben valorar lo que hacen, pero lo interesante es que al estar al otro lado del mundo tampoco están todo el día con las comparaciones odiosas con Europa. Allí se dan cosas que nunca he visto acá… Por ejemplo, una residencia de Black Lang en el que el resultado de la residencia fue la destrucción de la sala de trabajo, y eso era lo que se presentaba, nada más. El público era invitado a entrar en ese espacio y ver los daños producidos… En Europa no veo a nadie haciendo esas cosas…. Y más no digo (risas).
¿Cuál ha sido la relación que has mantenido con Portugal estos años?
PC: Al principio quise cortar por lo sano, radical. Me harté de Portugal, ya cuando me fui a Alemania fue un poco así, aunque mantuve puentes abiertos entre los dos países. Pero cuando fui para Australia la idea era cortar, no porque no me interese lo que hacen los artistas portugueses, que me interesa y mucho, sino por cierta mentalidad portuguesa, por la forma de vida, la manera de estar día a día. Vivir en un país demasiado católico, extremadamente católico es insoportable. Y es ahora que he empezado a encontrar interesante ir abriendo puentes entre Portugal y Australia. Son dos maneras de hacer y de producir muy diferentes, pero no se trata de hacer folklorismos multiculturales, sino dar con temas específicos que tengan todo el sentido. Eso es lo que estamos intentando.
(se une John Romão, que lleva en silencio escuchando todo el tiempo)
John Romão (JR): Y que haya un interés real de trabajar con esa persona.
PC: También fue decisivo cuando vine al Festival Trama de Oporto con Regina Fiz. Hacía cuatro años que no presentaba nada en Portugal y me encontré un interés en el público por mi trabajo que me sockeo mucho. Creo que eso me decidió a seguir. Yo estuve muy ligado al movimiento experimentalista de los noventa de Oporto, nosotros éramos un poco quienes estábamos al frente en Lisboa, y todo eso se fue poco a poco perdiendo, perdiendo, perdiendo… Y Oporto está un poco nostálgico en relación a lo que tiene y lo que perdió. Al contrario que Lisboa, que por lo menos nunca dejó de producir, en Oporto el corte ha sido muy grande con respecto a lo que tenían antes del 2001 y después, antes de la capitalidad europea y después.
¿Cómo os encontrasteis?
JR: Yo me acuerdo de Paulo en escena, en un espectáculo que hizo con Vera Mantero y de otro que hizo con Miguel Moreira, ese que empezaba en los detrases del Teatro Nacional y acababa en casa de Moreira… Bueno y después vi el trabajo que hizo con Regina Fiz en Oporto. Cuando lo vi allí recordé y me decía: “es verdad, no sabía nada de Paulo…”. Pero no lo conocía en persona. Luego empecé a conocerlo a través de textos que leí cuando estábamos organizando, desde Colectivo 84, los encuentros de nuevas dramaturgias y, además, le invitamos a escribir un nuevo texto…
PC: Escribí un texto que se llama “La poya del héroe”.
JR: Y además, se me olvidaba, puse en escena un texto suyo, “Singapur”, con los alumnos de la Escuela superior de danza en el 2009. Y al final el contacto fue por email.
PC: El contacto primero fue con Mickael de Oliveira, a través de mis textos. Luego conocí todo el trabajo de John por vídeos, todos, y luego vi “Horror” en Lisboa. Una de las cosas que me ponían para trabajar con John era… Bueno, ellos hacen un trabajo político, combativo, Colectivo 84, eso es claro, pero también me interesaba toda esa parte de exposición del cuerpo que yo no trabajo tanto, toda la parte visual, lo mío es más una cosa de manipulación mental, psicológica, es más una alucinación psicológica que física. Tengo la impresión de que John ahora es la figura maldita del teatro portugués, yo fui la oveja negra de los noventa y ahora John es la oveja negra del siglo XXI. Me interesaba ver cómo nos relacionábamos entre estas dos generaciones, está claro que no hay una posición de generaciones, de nosotros hicimos esto y ahora vas a aprender, etc. Es todo lo contrario, nos estamos dejando contaminar. Además, creo que lo que hace ahora John es más difícil de producir que cuando nosotros lo hacíamos. Nosotros cualquier cosa que hacíamos se veía como novedad, como underground. Ahora, la gente tiene más información, nada es novedad, ya hay más influencias… Ahora, hacer un trabajo más personal y que se sostenga es todo un reto. Y creo que el trabajo de John lo tiene, que tiene toda una vena creativa que me interesa.
A ritmo del metal
Diez días de residencia en el ZDB de Lisboa, una semana en Montemor. Dos funciones aquí y el martes, dos días después, cinco funciones en Lisboa. Qué vértigo.
JR: Fue poco tiempo, aunque discutimos y trabajamos mucho por mail…. Y el primer día de trabajo ya había un guión, un esqueleto, una base.
PC: Mis procesos son caóticos y rápidos. Por eso, necesito llegar con las ideas claras, con una estructura y no hacer mucho ensayo pues éste puede ir contra el espectáculo. En la obra hay cosas que parecen improvisadas, pero no, están frescas. Si hay mucha repetición, ensayo, el asunto se mecaniza. Para no mecanizar me gustan los procesos rápidos. Creo que acaba por ser benéfico. Y después de las funciones de Lisboa, al día siguiente, me voy para Australia. Así es. Allí la haremos en febrero.
JR: Para mí fue el tiempo perfecto. Yo ya trabajo con tiempos cortos pero un poco más largos que los de Paulo; y creo que ha sido perfecto, se ha dado una relación bien fluida, todo eso luego se nota.
PC: Lo peor es cuando se trata un tema de estos y todo se vuelve muy pesado y serio, y a los diez minutos ya el tema no respira, todo se vuelve pesadísimo, no hay sorpresa, creatividad… Es como decía Beckett, vamos a ver una catástrofe, vamos a reírnos de la catástrofe.
Timor, o el enfrentamiento de la catástrofe
Bueno, Timor, colonia portuguesa hasta el 75, abandonado por Portugal, invadido por Indonesia, con una población sometida y que en 1999, después del referéndum pidiendo independencia se produce una de las masacres más horribles de nuestra época. Timor, vecinos de Australia, ex –colonia portuguesa… Parece el tema propicio para empezar a trabajar desde los dos lados.
PC: Lo primero que pensé cuando salió la idea de trabajar juntos es que era interesante que fuese una coproducción entre los dos países. Buscamos un tema con algo en común. Y Timor lo es, es perfecto políticamente hablando. Ambos países, Portugal y Australia, detestan a Indonesia. Los portugueses son de un racista alucinante con todo lo que tiene que ver con Indonesia. Hay un odio generalizado y también en Australia, que tienen un medio territorial con Indonesia tremendo. Indonesia es un país pequeño pero con una población enorme… Y ha habido también ataques terroristas en Bali donde murieron australianos, y se cuentan infinitas historias de Australianos detenidos en aeropuertos de Indonesia por drogas (supuestamente puesta a propósito) que luego han sido condenados a muerte… Hay una relación diplomática con Indonesia horrible. Y con Timor, pues Portugal hizo un proceso de descolonización horrible en el 75, muy mal hecho, simplemente nos fuimos corriendo dejando todo abandonado y a merced de lo que fue la invasión de Indonesia. Portugal es muy responsable de lo que ha pasado en Timor. Pero hablando de la pieza, lo primero es decir que no tiene ninguna respuesta a todo este proceso histórico ni lo pretende. Lo que tiene es una mirada crítica y no sólo a Indonesia, sino también a Australia, a Portugal e incluso a los timorenses.
JR: Para mí era un tema fuerte. Me acuerdo de estas imágenes de la gente corriendo hacia el cementerio en el 91, yo tenía siete años. Nos bombardeaban con esas imágenes por televisión. Y me interesaba el tema incluso más visto a través de la mirada de Paulo que está allá viviendo. Me parecía que el espectáculo podía ser más interesante si lo hacíamos de una manera más visual, conceptual, y no caíamos en nada documental o etnográfico.
PC: Desde el principio quisimos huir de eso, eso sería muy fácil, un espectáculo con grandes video proyecciones de las masacres horribles, timorenses decapitados, hay imágenes escénicamente poderosísimas para ser proyectadas… Queríamos tocar el tema pero transformarlo en otro objeto.
Qué tipo de objeto?
PC: Hemos intentado trabajar mucho desde la base del trash metal. La gente piensa que el trash metal es ruido, una fantochada y ya está. En el proceso de trabajo nos hemos acercado a las bandas satánicas, que muchas veces son una payasada pero que también tienen lo suyo. Estuvimos analizando, por ejemplo, bandas como Slayer, el último disco de Slayer tiene letras como “matar es tu futuro, no tienes futuro, solo una bala es tu futuro…”. Y mirando el alrededor vas viendo que reflejan lo que políticamente está pasando ahora, vas viendo que tiene cierta lógica lo que dicen, como Sepultura que canta los problemas de las favelas, de la contra policía…. Hay un mensaje muy política en estas bandas que nos han llevado a trabajar con ello, no trabajamos sólo por el efecto visual, están ahí por algo. Además, hay una idea muy arraigada del europeo ignorante que piensa que somos superiores a los aborígenes australianos y a los timorenses, que éstos van con taparrabos y cantan tocando los tambores. El metal que se hace en Australia es aborigen, buena parte de él por lo menos, y contacté con ciertos grupos de exiliados timorenses que son del metal puro y duro, van para conciertos y festivales de metal y se pasan horas botando y tocando a velocidades imposibles. Y en todo eso hay también una violencia contenida, esta imagen indígena idiota es una imagen hecha por el europeo que no tiene nada que ver con la realidad. Coño, yo estoy trabajando con timorenses que están super pillados con la Sarah Kane o Heiner Muller. Me acuerdo de un montaje de “4:48” en el que les oías y tenía todo el sentido desde donde lo decían. Por eso creo que nuestro espectáculo pilla una visión bastante más actual que las gilipolleces europeas que solemos ver.
¿Desde qué otros parámetros habéis trabajado este tema tan delicado?
JR: También hemos trabajado desde un lado más visual. Por ejemplo, la escena está dividida en dos espacios. Nunca el uno invade el territorio del otro aunque estemos en diálogo continuo. También hemos entrado en un lenguaje más corporal, como cuando enterramos el cuerpo de Paulo con “calzada lisboeta” (suelo de baldosa típico de Portugal), la imagen que resulta es muy iconográfica: un cuerpo de Timor está siendo enterrado por Portugal, por su capital, Lisboa.
PC: Cuando se pasaron las imágenes de muertos en Timor en Portugal, de alguna manera, fue como si los que muriesen fueran portugueses.
JR: Las manifestaciones que se montaron en Lisboa fueron increíbles, las más grandes después del 25 de abril, fue algo épico en Portugal.
PC: Y Portugal trabajó mucho para que hubiera una intervención de Naciones Unidas. No fue autorizado para intervenir militarmente pero trabajaron para la intervención internacional. Los primeros en entrar, claro, fueron los australianos… Esa calzada portuguesa es en cierta manera un homenaje al sentimiento de culpa que sintió Portugal, a cómo Portugal también se sentía morir con lo que estaba pasando. Y es irónico, porque Portugal es uno de los responsables directos de aquello.
El personaje en mutación constante
PC: Realmente una de las cosas en las que siento que me he contaminado más de John es que el trabajo ha crecido mucho visualmente. Al principio iba a ser una cosa más cruda, más tipo conferencia, más performativo. Y la obra ha ido ganando en esa cosa escénica visual que es muy de John, que estaba muy presente en “Morro como país”. Incluso comienza el espectáculo con la misma sudadera que llevaba Claudio en aquella obra. Otro parámetro que creo ha sido importante para la construcción de la obra ha sido la construcción de personajes a través de países, uno era Timor, otro Indonesia, otro los países vecinos…
JR: Si hay una mutación constante de personajes.
PC: La idea era huir de personajes que son A, B y C.
JR: También está el maquillaje de Paulo, que viene en teoría del metal, que es un esqueleto, pero no llegas a racionalizar lo que significa. Y lo que dice al estar maquillado cambia de significado, se difumina el contexto…
PC: Me gusta mucho cuando la situación que se crea en escena no tiene que ver con lo que se está diciendo en ella. Me gusta provocar cierta disfuncionalidad psicológica.
JR: Paulo tiene algo muy interesante, tiene un discurso que viene mucho del cine, de construcción de figuras, de personajes, que yo normalmente no suelo pensar y que en esta pieza funciona muy bien, esos personajes que son países, lo que dicen, como mutan constantemente, como Paulo es de repente Indonesia y luego Australia, y luego los países del Este, y luego Portugal… Paulo está en mutación constante. Hay una mutación del discurso en la que cambia quien dice y desde dónde, una manera en la que se puede decir con una gran distancia. Incluso entra el discurso metateatral. Comenzamos, por ejemplo, a hablar de Jan Fabre, de Rodrigo García, de Liddell, y al mismo tiempo que se habla de territorios nacionales esto se mezcla con territorios artísticos, de luchas, de conflictos artísticos…
PC: Y sí, al final estos dos personajes que hacemos John y yo acaban pareciendo dos esquizofrénicos que vienen a profanar sobre un tema como Timor y no pasan de ser simplemente dos pibes extremadamente solitarios y violentos, locos. De ahí la última imagen en la que tiramos hacia una espectacularidad absurda, y queda flotando la soledad de cada uno en su casa, solo, agarrados a una banalidad increíble. No pasan de ser dos solitarios tristes, que solo hablan y hablan pero son dos “loosers” que intentan una trashada, con guitarras, con explosivos, en plan “electric funera”… Caramba, parece que estos pibes quieren hacer una revolución, pero sabemos que acaban en sus casas, solos…